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La fórmula del riesgo

La fórmula del riesgo

Los términos «riesgo natural, peligrosidad, vulnerabilidad, exposición al riesgo» son conceptos que en muchos casos pueden causar confusión e incertidumbre. Tanto es así que, en muchas ocasiones, utilizamos conceptos como sinónimos, cuando en realidad tienen diferencias sustanciales en su significado.

Las descripciones que atañen a la definición de riesgo, en muchas ocasiones, no son utilizadas de manera correcta o no se conoce lo suficiente su terminología. Con esta premisa, vamos a desgranar la fórmula del riesgo, explicando, parte por parte, cada uno de sus componentes y a qué hace referencia cada uno de ellos.

La fórmula del riesgo

El concepto de riesgo, entendido desde la perspectiva de los riesgos naturales, hace referencia a la probabilidad de que un territorio dado se vea afectado por episodios naturales de rango extraordinario, en un tiempo determinado. Esta situación provoca alteraciones en la población que habita dicho territorio dando lugar a diferentes tipos de repercusiones: humanas, ambientales, económicas…

La fórmula simplificada para obtener valores del riesgo es la siguiente:

RIESGO = PELIGROSIDAD * EXPOSICIÓN *  VULNERABILIDAD 

Para entender esta definición, es necesario conocer otros factores que inciden y determinan que ese riesgo sea mayor o menor.

La peligrosidad o amenaza hace referencia al medio físico de forma intrínseca y a la probabilidad de que en él sucedan determinados fenómenos naturales dañinos en un periodo de tiempo determinado. Se tendrán en cuenta factores como la frecuencia (línea temporal) o la magnitud (capacidad destructiva). El resultado son índices de peligrosidad estimada que reflejan la probabilidad de que ocurra un fenómeno, por ejemplo una inundación o un terremoto.  Es común oír hablar de esto para el riesgo sísmico, donde se establece el peligro de un territorio de sufrir un terremoto de hasta cierta intensidad en un periodo de retorno de «X» años.

Otro factor que compone la fórmula del riesgo es el concepto de exposición, que mide como se ubican y expone una población frente a la acción de un peligro. Por ejemplo, y para que se entienda de una manera mucho más clara, la exposición ante un incendio forestal es muy alta en una población rodeada de bosques, por el contrario, es prácticamente inexistente si nos encontramos en una población en medio del desierto. Al igual, una población costera está mucho más expuesta a sufrir los efectos de un  tsunami que, por el contrario, otra que se encuentre en el interior alejada de la costa.

Finalmente, la última parte de la fórmula del riesgo es la vulnerabilidad, que hace referencia a la repercusión sobre la sociedad y los seres vivos que habitan en el territorio. Para comprenderlo mejor, imaginemos los siguientes escenarios: ante un evento sísmico serán mucho menos vulnerables las personas que viven en edificaciones antisísmicas que aquellos que habiten en construcciones que no sigan estos parámetros; igualmente, ante un incendio forestal las construcciones de madera son mucho más susceptibles a ser incendiadas que aquellas que están construidas de materiales resistentes al fuego o ignifugas.

Como añadido destacar también la resiliencia. Este concepto, que se ha puesto tan de moda en los últimos años, aplicado a terminología de los riesgos naturales, se describe como la capacidad de las poblaciones o ecosistemas, de hacer frente y recuperarse de la incidencia de los riesgos naturales. Un ejemplo triste, pero muy visual de este término, es la diferencia entre países ricos y pobres a la hora de recuperarse tras un desastre natural, pudiendo los últimos tardar años en recuperar la normalidad.

Mejorando el resultado

Conocer y diferenciar los factores que componen el riesgo nos ofrece las herramientas necesarias para determinar de forma correcta el riesgo de los diferentes territorios. Al mismo tiempo, podremos conocer qué aspectos debemos mejorar o modificar así cómo la línea de actuación que deberemos seguir en caso de que se produzca el fenómeno. Este es el cometido de los Planes de Emergencia y los Planes de Actuación Municipal.

La peligrosidad, intrínseca al territorio, es el factor más inamovible de los que se han mencionado. Conocer la amenaza y saber cómo se comporta es fundamental. Se debe valorar si es asumible y poseemos las herramientas necesarias para afrontar dicha peligrosidad de manera correcta, evitando al máximo los posibles daños. En ocasiones, tomar la decisión de no exponernos, no construir o realizar determinadas actividades en ciertos espacios es lo más correcto, eliminando el problema de raíz.

Señalización en una zona con masa forestal sobre el peligro de que se genere un incendio. Elaboración propia.

El análisis de la vulnerabilidad y la resiliencia, direccionado a cómo mejorar la capacidad de defensa de una sociedad ante y tras un desastre natural, pueden ir en algunos casos en conjunto, aunque no siempre se tratan así. Definitivamente, si disminuimos la vulnerabilidad, la resiliencia en mayor o menor medida también se verá afectada, ya que si el impacto no es tan grande el esfuerzo para recuperarnos será mucho menor.

Dentro de estos factores es de gran importancia dotar a la población de conocimiento y de todas las herramientas posibles para protegerse ante un determinado riesgo (qué hacer, dónde ir, cómo comportarse… tanto durante un evento como tras el suceso en sí).

El Rio Verd o Monnegre es un ejemplo de río rambla que genera inundaciones, introduciendo el concepto de riesgo de inundación en el territorio. Elaboración propia.

Este tipo de medidas deben darse con sentido y, algunas veces, son difíciles de tratar, ya que son eventos críticos y complicados. Muchas veces, cuando se transfiere este tipo de información, en vez de generar más seguridad se trasmiten otro tipo de reacciones como el miedo o el rechazo “alarmistas, si al final nunca pasa nada”.

Indudablemente, por otra parte, la tecnología y las medidas constructivas de prevención son muy importantes, pero hay que recordar que el riesgo cero no existe. Además, es necesario un mantenimiento, adecuación y seguimiento, que garantice que su estado sea óptimo.

Las presas además de para almacenamiento de agua se utilizan como laminadoras de avenidas. Elaboración propia.

Al final, se trata de un cúmulo de acciones que podemos desempeñar en las que se deben involucrar toda la sociedad (administraciones, técnicos, investigadores, pobladores de un territorio…).

Aunque tenemos claro que el desarrollo en profundidad de este tema podría dar para páginas y páginas, tan solo queríamos mostraros de una manera clara qué factores intervienen en la definición de riesgo y como poder identificarlos.